La historia de Tu rostro mañana puede ser glosada, con detalle, en tres cuartillas. ¿Cómo explicar, entonces, que su lectura se viva como una proliferación de acontecimientos? Conviene entender que en la narrativa de Javier Marías (Madrid, 1951) éstos ocurren en la prosa, no en la trama. De ahí que ésta sea fácil de referir, no así aquélla. En sus casi quinientas páginas, Fiebre y lanza (2002) describe un fin de semana. Luego de separarse de Luisa, su mujer, Jacques (o Jacobo o Jaime o Jack o incluso Iago, según quién hable y en qué contexto) Deza decide abandonar Madrid para instalarse, por segunda ocasión, en Inglaterra. (La primera estancia se narra en la novela que ahora puede leerse como prólogo, Todas las almas, de 1989, donde aparece por primera vez «nuestro querido español», aún sin nombre, y en la que tienen protagonismo personajes que después pasarán a segundo plano. Esa narración, a su vez, tiene como correlato Negra espalda del tiempo, de 1998, donde Marías explora los vasos comunicantes entre ficción y realidad. Todo esto convierte a Veneno y sombra y adiós en la culminación de una saga.) Deza trabaja para la BBC de Londres y visita esporádicamente a Sir Peter Wheeler, hispanista afincado en Oxford con quien sostiene estimulantes conversaciones y que lo sorprende al revelarle que es hermano de su difunto mentor, Toby Rylands. En una cena, le presenta a Bertram Tupra, su futuro jefe. Deza terminará trabajando en un grupo sin denominación, un departamento que aparentemente sirve al MI5 (el servicio de inteligencia británico dedicado a la seguridad interior), inicialmente como traductor del español al inglés, luego como intérprete de vidas. Tiene la capacidad de ver cómo será mañana el rostro de las personas, cómo se desplegarán sus acciones en el futuro, más allá de lo que pretendan o declaren. Baile y sueño (2004) y Veneno y sombra y adiós (2007) recogen, a lo largo de mil cien páginas, las actividades de Deza en su nuevo empleo, sus experiencias al lado de Tupra, anécdotas de su vida solitaria, su imposibilidad de asimilar, sin culpas, las consecuencias de su labor. Y, finalmente, su regreso a Madrid, la reconstrucción de su familia –si bien no en los términos anteriores– luego de la muerte de su padre, a la que seguirá la de Wheeler. Deza no cambia, se vuelve more himself.
La glosa es insuficiente. Hay otro modo de describir Tu rostro mañana: es una novela de espías y una novela de amor, un tratado de filología y un curso de traducción, una reflexión sobre el miedo y un alegato contra la imbecilización colectiva, una crítica de la vida cotidiana y una meditación sobre la muerte, un excurso sobre la violencia y una cavilación sobre la memoria, una disertación sobre la presencia del pasado y una especulación sobre la relación entre el individuo y el Estado. O acaso, más que cualquier otra cosa, es un discurso sobre la imposibilidad de callar, aunque al principio se diga: «No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido». La glosa es insuficiente porque ignora la estructura; el listado lo es también porque pierde de vista la obsesión que vibra en cada frase: el tiempo. O mejor: su anulación.
Más allá de los momentos hilarantes, que abundan y son siempre extraordinarios (la caracterización verbal de Rafael de la Garza, agregado cultural de la embajada española en Londres, en Baile y sueño, es en todo sentido magistral), cierto tono melancólico impregna las páginas de Tu rostro mañana. Durante la escritura de la novela, Sir Peter Russell y Julián Marías, que inspiraron a Wheeler y al padre de Deza respectivamente, vivieron sus últimos años y, finalmente, fallecieron. Marías ha convertido la frase en un instrumento de dilatación temporal: cada instante es suspendido a través de digresiones, descripciones, apuntes, diálogos, comentarios, precisiones, interpretaciones (de gestos, de palabras, de movimientos interiores). Un sistema de ritornelli rige lo mismo la composición del párrafo que la del conjunto, nada es gratuito, todo vuelve, se amplifica, adquiere sentidos renovados. El rondó es, entonces, la forma musical que permite explicar, por analogía, la estructura de Tu rostro mañana. El resultado es, sencillamente, un festín de la lengua.
La empresa es extrema, y sólo un artista de la talla de Marías (o de maestros suyos como James, Faulkner, Benet o Bernhard) podía articular una escritura capaz de contener, como en un ámbar, la complejidad sensorial del instante. La prosa se desdobla pacientemente, a tal grado que se tiene la sensación de que el relato va ocurriendo mientras se lee: la frase de Marías no está al servicio de la representación, crea a medida que avanza. En su elasticidad, en su plasticidad a veces contenida, a veces delirante, transmite la idea de que el tiempo (ese tiempo histórico que es también biográfico, como quería Mann) puede ser detenido si se lo ausculta en cada uno de sus contornos y pliegues. Cuando Deza coloca la mano sobre el hombro de su padre o repara en la mirada a veces ausente de Wheeler puede intuirse el modo en que Marías concibe al narrador. Es aquel capaz de dilatar la llegada del fin, capaz de ser la voz del tiempo.
Hoja por Hoja, México, diciembre de 2008
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