Con un ánimo cercano lo mismo al western que al cine de artes marciales (wuxia), Jia Zhangke eligió cuatro historias de la China contemporánea para componer un poderoso retrato de la modernización, el tema que ha orientado su filmografía desde Xiao Wu (1997). Detrás de rostros y circunstancias específicos, Un toque de pecado (2013) es una inteligente reflexión sobre el carácter sistémico de la violencia. El ánimo contemplativo de buena parte de sus filmes anteriores, sostenido en largos planos heredados lo mismo de Yasujiro Ozu que de Hou Hsiao-Hsien, ha sido sustituido en su último trabajo por un mayor sentido de la acción, una cámara que sigue a los personajes por la región de Shanxi (escenario de los primeros filmes de Jia, nacido ahí en 1970) hasta que sus actos desembocan en la violencia. El diligente montaje organiza el relato en segmentos breves, pero nunca apresurados, para colocar en situaciones límite a un minero, la empleada de un sauna, un ladrón errante y un obrero joven.
«Esta violencia ya no es atribuible a individuos concretos y sus “malvadas” intenciones, sino que es puramente “objetiva”, sistémica, anónima», escribe Slavoj Žižek sobre las consecuencias del «movimiento autopropulsado del capital» (Sobre la violencia, 2008). Aunque Jia ha elegido mostrar la violencia sin ahorrarse detalles, en contraste con sus trabajos anteriores (donde ésta se manifiesta fuera de campo), en Un toque de pecado construye el fondo en el que se inscriben los acontecimientos: la corrupción, la prepotencia de los pudientes, la escasez de oportunidades, la imposibilidad de echar raíces. Así, por visceral que sea el resultado, la subjetividad de los actos, su aparente irracionalidad, es puesta en suspenso. Se trata de los efectos “secundarios” del proceso modernizador.
La Tempestad, México, noviembre-diciembre de 2014
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