miércoles, 13 de febrero de 2013

En esta gran época

Cosmópolis, la novela de Don DeLillo, ya era una película de Cronenberg. Hay un auto. Hay reflexiones sobre el cuerpo y su relación con la tecnología. Hay, como trasfondo, un universo corporativo, de características orgánicas. Eso debe haber pensado el productor Paulo Branco cuando ofreció al canadiense dirigir una versión del libro. Por lo demás, el relato (publicado en 2003) es elocuente en tiempos donde lo sólido se desvanece en el aire: su tema es el quiebre de los mercados financieros y el paralelo resurgimiento del fantasma que Marx invocó en el inicio de su conocido manifiesto. 

Al momento de escribir el guion, David Cronenberg (Toronto, 1943) detectó los rasgos eminentemente teatrales de la novela, perceptibles sobre todo en la recurrencia de escenarios y la abundancia de diálogos. Su Cosmópolis hereda el carácter esquemático, incluso didáctico del relato: sí, el multimillonario Eric Packer (Robert Pattinson) no tiene razones para vivir, precisamente porque lo tiene todo. La puesta en imágenes de Cronenberg es teatral, pero en un sentido empobrecido: diálogos que, antes que actuados, son recitados, espacios que son el espejo de sus habitantes (la aséptica limusina de Packer, el siniestro departamento de Levin). 

Lo que en DeLillo es prosa categórica, en Cronenberg es un uso preciso, quirúrgico de la cámara. Después de todo, es desde hace tiempo un cineasta mayor. Cosmópolis está construida con la economía de recursos que ha caracterizado sus últimas películas, con un uso magistral de la elipsis, pero carece de la densidad hipnótica de piezas como Una historia violenta (2005) o Un método peligroso (2011), sólo en apariencia clásicas. En su intento de borrar los gestos marcadamente cinematográficos de la novela, Cronenberg dejó en los huesos una narración que exige algunos gramos de (nueva) carne. Esta road movie urbana no es más que un descenso a los infiernos: al final el capitalista y el desempleado tienen en común el sinsentido de sus vidas. Gobernados por sus instintos, los hombres alcanzan una suerte de grado cero de la existencia: han vuelto a ser animales. 

Cuando todo está perdido, Packer se dispara en la mano izquierda, como para despertar de una pesadilla. Pero la pesadilla es lo real. Cronenberg, que en otras ocasiones nos ha permitido asomarnos al abismo, esta vez ha preferido representarlo. Salimos del cine inalterados. 

La Tempestad, México, noviembre-diciembre de 2012

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