La biografía especulativa, el singular género que practica el autor francés, nace de «la voluntad de hacer justicia a las pequeñas vidas olvidadas». Se trata del reverso de la Historia: no los grandes hombres sino aquellos que pasaron sus días a la sombra de éstos. Así, la aparición de la gracia en la escritura sería, para Michon, un triunfo a la vez estético y moral: cuando un texto es capaz de glorificar al hombre común.
Abades lleva el relato a alrededor del año 1000 para narrar, en un tríptico, el momento en el que surgieron las primeras hermandades benedictinas en la Vandea, región de la vieja Galia. La tensión entre la inmortalidad –a la que la gloria permite acceder– y la condición efímera del cuerpo es desarrollada, con una prosa dúctil, a través de la historia del abad Èble –«La gloria, que es el don de propagar el fuego en la memoria de los hombres, y la carne, que tiene el don de consumir a voluntad el cuerpo en una llama aguda, un rayo»–, hermano del duque Guillermo III Cabeza de Estopa, para quien el hierro domeñado, cuando atraviesa a un hombre, es la gloria misma. La irrupción en la Historia por la vía del crimen.
Si en Abades la gloria a la que aspira Èble se define por la contemplación de Dios, en Los Once ésta se relaciona directamente con el poder, lo que vincula a Cabeza de Estopa con los jacobinos. París, 1794, pleno Terror. Luego de darnos a conocer la biografía del pintor apócrifo François-Élie Corentin, el narrador –un experto que relata la historia del cuadro Los Once en la última sala del Louvre– describe el singular encargo que recibe el artista, el retrato de los once miembros del Comité de Salvación Pública, los responsables del Terror encabezados por Maximilien Robespierre: «Píntalos como a dioses o como a monstruos, o incluso como a hombres, si te lo pide el cuerpo. […] Conviértelos en lo que quieras: santos, tiranos, ladrones, príncipes». Un cuadro lo suficientemente ambiguo para representar a los líderes revolucionaros como héroes o como villanos, según lo exijan los tiempos por venir.
¿Por qué eligió Michon el período del Terror? En el prólogo a Virtud y terror (2007), selección de textos de Robespierre, Slavoj Žižek explica que las diversas lecturas de la Revolución francesa reflejan siempre las luchas políticas de un momento histórico concreto. ¿Ha puesto Michon su prosa –que en Los Once alcanza una de sus cumbres– al servicio de los conservadores de la actualidad? Los hipotéticos sentimientos de Jules Michelet ante el cuadro parecen reflejar su posición: «el alma colectiva que en él se ve no es el Pueblo, el alma inefable de 1789, es la vuelta del tirano global que se hace pasar por el pueblo. No once apóstoles, sino once papas». El anhelo, muy característico de nuestros días: 1789 sin 1793, revolución sin terror.
Pero ¿es ésa la verdad de Los Once? Michon atribuye el Terror al hecho de que los miembros del Comité fueron escritores frustrados, «viudos de la gloria literaria». Lo más interesante, sin embargo, está en otra parte: en la ambigüedad del cuadro, que no es otra que la de la novela. El autor francés ha mostrado su pasión por la pintura en libros como Vida de Joseph Roulin (1988), Señores y sirvientes (1990) y El rey del bosque (1996), lo que habla de una reflexión constante sobre la naturaleza de la representación. ¿Eran Los Once el Pueblo o una camarilla tiránica? Michon se decanta por lo segundo, y su narrador nos dice: «la Historia es terror puro». Y sin embargo…
La Tempestad, México, julio-agosto de 2011
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