miércoles, 1 de febrero de 2017

En la sala de espera

Añejo como la tradición occidental, el centón se nos presenta hoy como una posibilidad de escritura inequívocamente contemporánea. “Obra literaria compuesta con fragmentos de otras obras” (no descartemos las propias), pero también “manta grosera hecha de retazos” (o sencillamente tela de retales, para no entrar en adjetivaciones), a decir del diccionario. Fragmentación, heterogeneidad, apropiación: gestos que provienen de la convicción de que la realidad, lo múltiple, ya no puede ser aprehendido como totalidad. Un lienzo que permite articular lo diverso sin necesidad de ocultar la urdimbre. Alusión, cita, plagio, reescritura: intertextualidad, le llamó Kristeva. Por breve herida (2016), de Margo Glantz, se nos ofrece inicialmente como una novela, pero lo es según la definición de Mario Levrero: “Cualquier cosa que se ponga entre tapa y tapa”. Se trata, en realidad, de un texto que adquiere paródicamente la forma del centón –o del collage verbal– para propiciar una escritura que se piensa a sí misma desde lo narrativo y lo ensayístico, desde lo propio y lo ajeno. La autora lo asienta sin inocencia: “La técnica de la apropiación, la intervención, el autoplagio, la nota periodística, la pulverización (incluyendo la de los géneros)”. 

El título Por breve herida –que proviene de un verso de El médico de su honra, de Calderón de la Barca– remite a la escena fundante del relato: la autora visita a su dentista y, mientras espera su turno, a veces por un largo tiempo, lee (libros y revistas), oye (conversaciones, sonidos), recuerda (lo leído, lo oído, lo vivido); a lo largo de los años sus dientes serán limpiados, reconstruidos, sustituidos; sus encías sufrirán incisiones, suturas, reaperturas; la dentadura toda será reconfigurada cíclicamente para poder seguir siendo el soporte de la sonrisa (o del grito horrorizado). La sala de espera es, entonces, el espacio mental en el que ocurre el libro, que abrigará, con una temporalidad zigzagueante, una serie de obsesiones, además de los dientes: la experiencia del horror, la pintura de Francis Bacon –especialmente sus retratos de Inocencio X–, los viajes incesantes, la compulsión lectora –con la cita como consecuencia inevitable–, las condiciones y posibilidades de la escritura. Por breve herida es una novela sobre la composición de Por breve herida

El recurso del fragmento no es nuevo en Glantz, y en realidad ha sido su manera de entender la narración cuando menos desde Las genealogías (1981). Escrito a lo largo de dieciséis años, buena parte de ellos sin apuntar a su forma definitiva –Simple perversión oral (2014) lo atestigua–, Por breve herida parece haber operado como sala de máquinas de libros como Saña (2006), Coronada de moscas (2012) o Yo también me acuerdo (2014), algunos de cuyos pasajes se integran aquí. Necesariamente, por haber sido concebido en un lapso amplio, es también un libro sobre el tiempo, sobre lo que cambia o se inmoviliza, sobre el modo en que las salas de espera representan una suerte de punto inmóvil que permite a Glantz pensar la escritura como una técnica de articulación de pasado y presente. El fragmento parece responder también a esa perspectiva: es una unidad temporal que, al tejerse con otras, hilvana un relato donde autobiografía y ficción dejan de tener límites precisos. El presente de la escritura irrumpe para coser lo disperso, lo mismo con momentos autorreflexivos que con apuntes sobre lo que ocurre más allá (o más acá) de la página en curso: la música de Bach, las redes sociales, un colibrí suspendido en el aire. Se rompe, así, la expectativa de una exposición continua, con causas y efectos, además de desarrollo lineal, porque de lo que se trata es de asumir una suerte de poética de la fractura. Al comentar una entrevista con Bacon –el artista con el que dialoga, en cuyas conversaciones se entromete, en cuyas pinturas nos mira, fascinada–, Glantz se identifica en la admiración de los Mármoles de Elgin, frisos, metopas y figuras del Partenón convertidos por la historia en piezas semiautónomas: Coincido con él, es maravilloso ver en los museos de Roma, montados en bases de plástico, los pies, las cabezas o las manos de los emperadores romanos que alguna vez hicieron temblar al mundo

¿Cómo organizar, entonces, esta experiencia de lo particular, esta constelación de elementos que aspiran a formar un dibujo? Por breve herida es una obra que, como vio Óscar Benassini en la presentación del libro en la Ciudad de México, obligó a Glantz a convertirse en su propia editora, a la manera de David Markson (influencia reconocida): redactar este libro es a la vez borrarlo, reescribirlo, organizarlo decenas de veces, hasta encontrar la disposición adecuada. Un pasaje, que remite al traslado implícito en todo centón –a la distancia que se abre entre la fuente de la cita y el momento de su adopción en el nuevo espacio textual–, apunta en ese sentido: 

No creo en la fórmula matemática de que el orden no altera el producto, creo que el orden de los factores, en literatura al menos, lo altera definitivamente; insertar un fragmento textual en situaciones narrativas distintas transforma de raíz el sentido que tiene ese fragmento por sí mismo, como algo específico; funciona también perfectamente aislado, pero en el conjunto se potencia de manera diferente; es una forma habitual de trabajo. Varios de los textos se recogerán, se alterarán, se reconstruirán y formarán parte de esta textualidad, cuyo punto de partida son los dientes y, también, las pinturas de Francis Bacon. 

La autora añade: Y a veces la fragmentación es tal que llega a convertirse en pulverización. Se pulveriza cuando se acude a glosarios, inventarios, clasificaciones, intercalaciones etimológicas, arqueológicas, lexicográficas o forenses. El texto como espejo del tratamiento odontológico, el fragmento como pieza de una dentadura, siempre en peligro de desmoronarse a menos que se realicen las intervenciones necesarias. La escena fundante del libro permite establecer lo que la escritura es para Glantz: he pensado a menudo en lo que debería escribir en esta sala de espera, recolectando ideas, buscando noticias, copiándolas, inscribiéndolas aquí, juntando monumentos, viviendo en o visitando islas, subiendo a trenes, al metro, a autobuses rojos de dos pisos y esbozar personajes ingleses, pintores o literatos. No un vehículo para la transmisión de iluminaciones sino un modo de organizar la experiencia, a través del lenguaje. En un momento en que tantos escritores insisten en que basta con contar historias, incluso con dar testimonio, Margo Glantz reaparece con un libro que nos recuerda que la narración, como quería Juan José Saer, es un modo de relación del hombre con el mundo.

La Tempestad, México, diciembre de 2016

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